La Grand Alliance, como Churchill denominó en sus memorias la alianza entre Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Soviética, fue un evento extraordinario y esencial para derrotar a los nazis.
Durante un breve momento de entusiasmo pareció que la colaboración de los dos sistemas ideológicos archienemigos daría inicio a una nueva era. Fue cuando los soviéticos autorizaron el funcionamiento de bases aéreas norteamericanas en circunscripción ucraniano, entre junio de 1944 y mayo de 1945. La experiencia resultó ser un choque cultural mayúsculo y puso en evidencia el potencial, pero incluso, y sobre todo, los límites de la cooperación.
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A mediados de 1941, Hitler había conseguido prácticamente sus objetivos: excepto Gran Bretaña, Europa estaba ocupada o bajo su control de una u otra modo. Así que, seguro de su poderío, orquestó la Operación Barbarroja, una invasión relámpago y sorpresiva a la Unión Soviética, que, tras las purgas masivas de Stalin, las hambrunas y demás penurias, no estaba en condiciones de resistir el ataque. De hecho, estuvo muy cerca de sucumbir frente a los nazis.
Con la Operación Barbarroja, la Unión Soviética pasó al banco de los aliados, pero, aunque los uniera un enemigo popular, Stalin no perdía de tino sus prioridades, y siquiera se fiaba de sus nuevos socios. Motivos no le faltaban: casi nada unos vigésimo primaveras antiguamente, británicos, franceses y norteamericanos habían hecho lo inverosímil para apurar con la revolución comunista, enviando tropas para combatirlos (alineadas con el Ejército Blanco de realistas rusos) y aislándolos y excluyéndolos de todos los ámbitos internacionales.
El zorro en el anfiteatro
En 1943, los soviéticos se estaban llevando la peor parte del esfuerzo de exterminio y pedían desesperadamente a sus socios que abrieran otro frente de combate en el este, para forzar los nazis a distraer fuerzas en otras direcciones. Por motivos estratégicos, los americanos daban largas al pedido de Stalin, que se volvía cada vez más impaciente.
En la Conferencia de Teherán (1943), los estadounidenses le propusieron instalar bases en la URSS para hostigar objetivos nazis en zonas que, por la distancia, quedaban fuera de su difusión. Esas bases les permitirían arrancar de Italia o Gran Bretaña y aterrizar en la zona bajo control de los soviéticos, lanzando bombas sobre los nazis por el camino de ida y de dorso.

Los tres líderes aliados: Stalin, Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill reunidos en la Conferencia de Teherán, en 1943.
Desde el punto de tino clave, era una idea irreprochable, pero para Stalin, conocido por su paranoia, tener a los americanos en su circunscripción era como meter un zorro en el anfiteatro, por lo que las negociaciones para la instalación de bases en Poltava, Myrhorod y Pyriatyn fueron muy reñidas.
El historiador Serhii Plokhy explica en Forgotten Bastards of the Eastern Front (2019) que se trabajó de modo frenética para poner las bases aéreas en condiciones de negociar y para mandar equipos y personal cualificado en tiempo récord. La aparición de los aviones a Poltava, en formación impecable, con un rugido que hacía temblar los edificios, fue el espectáculo leve más impresionante que los soviéticos habían gastado nunca. Estaban fascinados, tanto por los aviones y material que llegaba de EE. UU. como por la cantidad y calidad de beneficios de que disponían sus socios.
Camaradas de aquí y allá
La colaboración se puso en marcha inmediatamente y con entusiasmo. Las dificultades del idioma se salvaban con espíritu de camaradería y buen humor, y no representaron ningún obstáculo para trabajar, codo con codo, mientras aprendían a conocerse.
Los soviéticos encontraban a los estadounidenses abiertos y amistosos, mientras a los americanos les sorprendían los hábitos de consumo de vino de los soviéticos. Igualmente, les llamaba la atención que entre sus socios hubiera mujeres en todos los puestos y desempeñando todo tipo de funciones: no solo podían ser enfermeras u oficinistas, incluso eran ingenieras, camioneras o artilleras.
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A los soviéticos les chocaba el tono informal con que se trataban los oficiales y soldados americanos y la discriminación con destino a los afroamericanos. Otro aspecto que les desconcertó fue que los oficiales no ejercieran ningún tipo de control sobre la vida personal de los soldados, que podían adivinar lo que quisieran o frecuentar a quien fuera.
Plokhy agrega que los soviéticos estaban tan acostumbrados al control que ejercía sobre ellos la policía secreta que les resultaba inconcebible la autogobierno de la que gozaban los estadounidenses.
Diferencias irreconciliables
La primera encomienda Frantic que despegó desde circunscripción soviético fue un instigación en Polonia, realizado al mismo tiempo que los aliados desembarcaban en Normandía. Resultó un éxito total y, por consiguiente, la exaltación fue intensa. Todos estaban convencidos de que sería el inicio de una larga colaboración que se extendería a otros sectores. Sin retención, las tensiones empezaron a surgir pronto, tanto en las bases como entre las autoridades en Moscú y Washington.
En Poltava, un instigación teutónico causó destrozos significativos y dejó en evidencia que las defensas antiaéreas rusas eran una calamidad. Las reacciones de unos y otros fueron radicalmente distintas, y generaron un hondo malestar. La respuesta de los soviéticos había sido jugarse la vida para proteger el material, mientras que, para los estadounidenses, lo primordial había sido proteger las vidas, por lo que no se dieron bajas entre ellos. En el costado soviético fallecieron veinticinco personas.

Soldados soviéticos y americanos escriben mensajes en las bombas que lanzarán contra el enemigo.
Y no tardaron en surgir otros motivos de resentimiento: los soviéticos nunca dejaban el trabajo hasta que estuviera terminado; en cambio, para sus socios, los descansos eran sagrados, y lo dejaban todo a la hora que tocara. Los soviéticos se sentían más comprometidos y responsables, superiores ideológicamente, y veían en sus socios a familia mimada por la coplosidad, que despilfarraba sin pensar.
Los americanos, a su vez, se creían más capaces y superiores desde un punto de tino tecnológico y profesional, y así lo hacían advertir, mientras que los soviéticos se percibían más ingeniosos a la hora de encontrar soluciones.
Los luceros y oídos de Stalin
Para complicar aún más la incomodidad entre los americanos, la vigilancia de los servicios secretos soviéticos se fue volviendo opresiva. No solo registraban las actividades y opiniones de todos ellos (en exclusivo de los que hablaban ruso o eran descendientes de exiliados rusos, que les parecían potencialmente más peligrosos), sino que hacían todo lo que estaba a su difusión para evitar que tuvieran contacto con la población circunscrito, en particular, fuera de la cojín.
Así, los anfitriones interferían sin escrúpulos en las relaciones de sus invitados con las mujeres locales. Reclutaban espías para que los sedujeran a fin de obtener información, las acosaban con interrogatorios o les prohibían acercárseles, amenazándoles con todo tipo de represalias.
Los americanos tenían camino claro y directo a comida y beneficios de consumo muy codiciados (como las medias de fibra), lo que hacía que, igual que sucedía en Francia o Inglaterra, algunas mujeres los prefirieran a los locales, cosa que siquiera aliviaba la situación. El mercado irritado de objetos o comida robados en las bases por unos y por otros originó muchos conflictos y contribuyó al mal esfera.
Por si fuera poco, la paranoia respecto a las actividades de los estadounidenses y el miedo a la difusión de propaganda capitalista, o a que el estilo de vida occidental sedujera a la población, era total.
Labor inverosímil
Entre tanto, incluso en las altas esferas el clima se deterioraba. La rebelión en Varsovia de agosto de 1944 puso en amenaza a los nazis, pero, para su éxito, precisaba del apoyo de los aliados. Los rusos estaban en mejor posición para ayudar a los rebeldes, pero estos eran proccidentales, y, si Stalin los socorría, ponía en aventura sus propios planes de dominación. De modo que se dedicó a rodear toda iniciativa en ese sentido, e impidió, incluso, que los americanos los auxiliaran desde las bases en circunscripción soviético.
Los intercambios entre Stalin y Roosevelt subieron de tono, y el ministro soviético Mólotov solicitó la desalojo de las bases, argumentando que las necesitaban para su propio uso. Tras arduas negociaciones, se acordó que los norteamericanos conservaran solo Poltava, con un personal pequeño a lo minúsculo indispensable.

Militares estadounidenses y soviéticos se encuentran en Poltava el 2 de junio de 1944.
Plokhy explica que, a partir de entonces, los estadounidenses multiplicaron los esfuerzos para no contrariar a sus socios, pese a todas las trabas que les ponían y que, con frecuencia, arruinaban sus misiones. Las autorizaciones se debían pedir veinticuatro horas antiguamente, les entregaban partes meteorológicos falsos para que no pudieran arrancar o aterrizar…
El desmantelamiento
Otro trance que llevó las relaciones diplomáticas al periferia fue el tratamiento que los soviéticos dieron a los prisioneros de exterminio norteamericanos liberados. Los investigadores Lee Trimble y Jeremy Dronfield explican en Beyond the Call (2015) que estos se las tenían que arreglar como pudieran, cuando no se los dejaba encerrados en los antiguos campos de concentración nazis como sospechosos de espionaje. Muchos de los que quedaban librados a su suerte estaban heridos, pasaban escasez, y ni siquiera se les permitía regresar a casa desde Poltava.
Para los americanos, sus compatriotas eran prioridad absoluta, pero para Stalin los que habían sido capturados por el enemigo eran traidores, y tenían suerte de que no los ejecutara, así que hacía oídos sordos cada vez que Roosevelt, furioso, reclamaba que se les asistiera.
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La tensión llegó a tal punto que los soviéticos establecieron un plan para asaltar la cojín de Poltava, y los estadounidenses hicieron lo propio para defenderse en caso de embestida y destruir documentación que no querían ver en manos enemigas.
Una vez se consideró que la cojín de Poltava no era necesaria, fue desmantelada. Aunque su finalidad había sido estratégica, había alimentado esperanzas, poco realistas, de que los aliados fueran capaces de dejar de costado sus diferencias e inaugurar una nueva era de colaboración a posteriori de la exterminio.

Aviones rusos y norteamericanos en el año 1944.
En otros términos, la Eliminación Fría se perfiló ya en el interior de la propia exterminio mundial, y los hechos posteriores, como el mejora del Plan Manhattan, que se llevó delante a espaldas del Kremlin, no hicieron más que empeorar la situación.